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1/8/05

De Cacería

Según cuentan, esto sucedió en un pueblo al sur de Córdoba, al límite con San Luis. Era una noche de invierno cuando dos jóvenes inexpertos cazadores decidieron ir a probar suerte en la caza de animales.
Tras recorrer unos cien kilómetros, llegaron a la zona que como les habían explicado se encontraban liebres. Todo el lugar estaba cercado, había plantaciones y algún que otro animal. Era sin dudas propiedad privada y no se podía cazar. A lo lejos pudieron ver un puesto donde pensaron debería haber alguien, así que ingresaron por el camino que llevaba a la vieja casona en busca de información. Allí, muy amablemente salió a atenderlos un campesino, de contextura mediana, unos cincuenta años, con barba de un par de semanas y grandes cejas. Los jóvenes Se presentaron ante el puestero y preguntaron si había un lugar cercano donde se pudiera cazar. Este meditó un segundo y luego les explicó que estaban a un par de kilómetros, que habían muchas liebres, pero que no era tiempo de caza y los guardafaunas estarían vigilando. Los jóvenes cazadores procuraban despedirse del puestero, cuando éste muy gentilmente los invitó a cenar con él. Les contó que estaba solo, que comer una noche acompañado sería muy grato y que si querían podían quedarse a dormir.
Así, los jóvenes, un tanto resignados por la veda de cacería, aceptaron quedarse esa noche. Pronto el hombre fue a carnear un chivo para la cena, mientras ellos esperaban en la cocina. Al rato vino éste, con la mitad de un chivo. Les explico que el animal entero, era demasiado para tres, así que la parte trasera se les daría luego para que se la lleven. El solo se dejó la cabeza, porque era su plato preferido.
Esa noche comieron el delicioso chivo a las brasas con bebidas que los jóvenes habían llevado. Y entre cuentos y anécdotas transcurría la noche muy tranquila. Tal fue la charla que tuvieron, que cuando quisieron acordar despuntaba el alba. Fue entonces, que los muchachos decidieron emprender su partida sin dormir. El campesino los invitó nuevamente a quedarse, pero querían estar para el almuerzo en el pueblo, como habían previsto. Entonces, el hombre les cargó el chivo restante en el baúl del auto y prontamente los jóvenes se despedieron, agradeciendo los favores del campesino y prometiendo volver.
Ya de regreso, a unos veinte kilometros del lugar, los detiene un control de fauna. Uno de los cazadores se anticipa al oficial, explicando que ellos vienen de intentar cazar. Le explica que en el baúl podrá ver las armas y una parte de chivo, pero que ellos no cazaron por la veda que rige. Que ese es un regalo de un puestero donde pasaron la noche. El oficial entiende, pero de todas maneras debe proceder con el control, así que le pide que abra el baúl para ver. El muchacho baja del auto y lo abre. Cuando el oficial retira el papel que envuelve al chivo para verlo, ambos asombrados contemplan ante ellos dos piernas de una mujer descuartizada. Rápidamente, entre balduseos el chico explica al oficial que ellos no vieron que cargaron en el baúl, que esto no puede ser, que era un chivo, que el puestero los había engañado. El oficial sacando su arma, les dice que están detenidos. El otro jóven baja del auto y entre los dos intentan convencer al policía de lo sucedido. Pero este no entiende de razones, y los lleva con su superior.
Una vez en la comisaría, tras averiguación de antecedentes, deciden llevarlos en el móvil policial hasta el puesto donde ellos afirmaban haber pasado la noche.
Llegan al campo los dos oficiales con los jóvenes y llaman al puestero. Pronto sale el campesino con cara de asombro ante la presencia policial. Ahí le explican los oficiales lo hallado en el baúl de los muchachos. Pero éste les aclara que él cargo un chivo y para comprobarlo les hace que lo acompañen hasta el depósito donde aún tiene guardada la cabeza para prepararla y comerla. Cuando entran, el hombre les señala con la mano la ubicación de la cabeza, mientras que al instante su rostro se va transformando por lo que están viendo sus ojos. La cabeza de una mujer cuelga de un gancho de carnicero. La desesperación. El miedo. Nada expresa lo que el hombre siente en ese momento. Sólo él llevaba la llave de ese depósito consigo, nadie podía haber puesto esa cabeza allí más que él. Era espantoso saber que habían comido un humano aquella noche los tres. Y entre la desesperación de los jóvenes y el escalofrío de los policías, el campesino tomó la escopeta y frente ellos, se pegó un tiro.
Actualmente, los jóvenes están recluídos en un instituto de salud mental, tras el shock por lo sucedido. Los policías se retiraron del servicio esa misma tarde. De la mujer nunca pudo saberse la identidad y nadie la reclamó como desaparecida.
En los alrededores del pueblo, donde la naturaleza es abundante y existen muy pocos testigos, las prácticas de transformismo por medio de la magia son muy corrientes entre brujos, pero de eso no se habla. **77arcos**

2 comentarios:

WALDE dijo...

Las leyendas urbanas son geniales, sobre todo porque siempre te queda dando vueltas el no saber hasta donde llega la verdad y la mentira que las inspiran.

LUIS dijo...

A ESA HISTORIA LA ESCUCHE HACE TIEMPO PERO AMBIENTADA EN UN LUGAR DE CATAMARCA, SERA QUE EN ESE LUGAR ROBABAN MUCHOS ANIMALES?